Dentro de los franciscanos TOR, Antonio Roldán ha estado vinculado con Hontanar prácticamente todos estos veinte años, en su primera fase de creación y posteriormente en dos ocasiones más como coordinador. Su trabajo, templanza y buen hacer le han dado fuerza y seguridad al piso afrontando obras de gran calado para mejorar las instalaciones. Además, respalda y deja hacer a los voluntarios. Por todo esto, esta actividad solidaria ha vivido de su mano grandes momentos de avance.
Desde noviembre de 1993 conozco, apoyo y participo en la labor del Piso Hontanar. Desde 1993 hasta 1996, por mi responsabilidad como ministro local de la Fraternidad de la Parroquia San Francisco de Asís, mi labor fue la de apoyar a quienes en aquel momento llevaban la coordinación del Piso, ya que toda la actividad se realizaba en los locales de la Orden. Era una obra en fase de prueba o experimento, pues no sabíamos si seríamos capaces de llevar adelante una tarea en aquel momento tan novedosa y desconocida.
A partir de 1996 asumo la coordinación del Piso y estoy al frente del mismo hasta el año 2001, en el que me destinan al Colegio Raimundo Lulio. Sigo colaborando como voluntario y miembro del equipo coordinador, hasta que en el año 2009 me destina la Orden de nuevo a San Francisco, asumiendo otra vez la animación del equipo coordinador y trabajando desde ese momento en lo que ahora es la Asociación Hontanar y el proyecto del Piso Hontanar.
Para mi ha sido un verdadero regalo el haber podido vivir en esta implicación con la vida de Hontanar a lo largo de estos 20 años. Como franciscano de la TOR siempre he creído que mi respuesta a Dios tenía que pasar por estar cerca de los “preferidos” de Jesús. Acompañar, animar, escuchar, atender a los jóvenes que iban pasando por Hontanar, era estar con aquellos con los que yo pensaba que, de estar Francisco de Asís físicamente presente entre nosotros, sería con quienes pasaría gran parte de su tiempo. En lo más íntimo de mí he sabido siempre que esta entrega era, con toda mi debilidad e impotencia, prestarle a Jesús mi corazón, mis manos, toda mi persona, para que Él sanara, aliviara, acariciara, protegiera, reeducara, rehabilitara a quienes más quería.
Y como Jesús no se deja ganar en generosidad, ha ido volcando en mí tantos dones y beneficios que no cambiaría ninguno de los días que he vivido en esta tarea. Y no es que bajara, se me hiciera presente, me regalara esos dones de forma tangible, no. El regalo diario me llegaba a través de cada uno de los que compartían la tarea de acompañar a los jóvenes residentes, que me enseñaban a escuchar, mirar con cariño y con respeto a través de los mismos jóvenes. Ellos me enseñaban a luchar contra tantas fragilidades que a su lado aprendía a descubrir en mi, a través de las situaciones tantas veces “límite”, que «para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible».
“De estar Francisco de Asís presente entre nosotros, sería con los jóvenes que han pasado por Hontanar con quienes pasaría gran parte de su tiempo”
Me ha regalado el aprender, un poquito, a trabajar en equipo, a saber, descubrir todo lo positivo que los otros aportan, a decidir siempre con el criterio que entre todo el equipo descubríamos que había que aplicar, a creer, a esperar, a confiar siempre en el otro. Porque es, en definitiva, lo que Dios hace con cada uno de nosotros: confía siempre, espera siempre, cree siempre. Así lo debió descubrir San Pablo en su contemplación del Amor de Jesucristo y así nos lo transmitía en su carta a los Corintios, y así lo hemos ido experimentando en el día a día de Hontanar.
Estoy convencido de que mi vida, mi vocación, mi encuentro con Jesús son así, y están así en el momento en que me encuentro, gracias a mi relación con Hontanar. No cambio nada de lo vivido, y le doy siempre gracias a Dios por este don que me ha hecho.