Muchas instituciones religiosas colaboran en el proyecto de Hontanar. Hemos elegido el testimonio de Claudia que representa a muchas religiosas que han dado todo en nuestro piso y ahí están siempre que pueden echando una mano.

Si nos dirigimos a la calle Puerto de Monasterio de Vallecas, muy cerca del piso, nos encontramos una comunidad de religiosas de la congregación Hijas del Corazón de María siempre muy implicadas con la parroquia de San Francisco y participando en numerosas actividades, entre ellas Hontanar. Allí vive Claudia que, encantada y expectante por contar su experiencia, nos sorprende una vez más por su sencillez y calidez en el siguiente testimonio.

“Ves a estos chavales como un hermano más, mirándolos como los miraría Dios, como a sus hijos predilectos”

Cuando comenzaba el piso de Hontanar, Pedro Herráiz le propuso colaborar en el mismo y no lo dudó. Llevaba años atrás trabajando como voluntaria en Proyecto Hombre cuando empezaba a desarrollarse en Madrid y subraya cómo era en esos inicios de exigente el programa: “Acompañábamos a los chavales y me responsabilicé de uno de ellos que vivía en el barrio e inclusive asistía a reuniones de padres. En aquellos comienzos había que estar muy encima de ellos y el acompañamiento era muy estricto”.
Años después se trasladó a vivir al País Vasco, pero llevaba esta vocación en la sangre y allí siguió colaborando también acompañando a otro chico, volviendo a asistir a reuniones con padres. A continuación, después de un periplo largo por otros lugares, su congregación le hizo retornar a esta comunidad vallecana y por eso desde 2007 ha regresado con toda la fuerza y la experiencia de muchas vivencias a participar de nuevo como voluntaria en Hontanar.

“¡¡Vale la pena!!” dice con efusión Claudia. “Cuando te prestas a esto, crees que vas a dar todo de ti, te vas a dejar ahí la piel yen cambio recibes mucho y te convences que no es una heroicidad. Son muchas experiencias vividas que llenan mucho”.

Comparte con nosotros todo lo que aprende cada día en Hontanar: “Me ha hecho más compresiva, más tolerante, con más capacidad de escucha y reconocer que no hay quedar consejo a nadie sino te lo piden. Es cuestión de acompañar, no entrometerte en nada y estar siempre en actitud de escucha”.

“Es una experiencia tan positiva que aprende una a vivir, llena de valores y a no enjuiciar nada. A veces pienso qué habría hecho yo en su lugar”.

En el plano cristiano “ves a estos chavales como un hermano más, mirándolos como los miraría Dios, como a sus hijos predilectos”.

“Merece la pena vivir esta experiencia y compartirla pues es una manera de hacer fraternidad e ir por el mundo caminando por el mismo camino. Tantos voluntarios, tan distintos con tanta variedad, pero unidos por un mismo objetivo, esto enriquece mucho y es genial”.