Toño llegó como voluntario de una de las parroquias franciscanas que se encuentra en el barrio de Moncloa. Persona implicada en todo lo social, actualmente desarrolla una nueva banca ética y aunque actualmente no colabora como voluntario, como benefactor también aporta mucho y su testimonio nos vale para agradecer a muchos benefactores anónimos su generosidad.
Soy Toño Martínez, y vengo de la Parroquia y el Grupo Scout del Santo Niño de Cebú (de los franciscanos de la TOR, pero en Chamberí). Allí participé cuando era joven, y allí conocí a Manolo Casado, que había sido jefe en el Grupo y catequista mío en la Parroquia, y que me invitó a incorporarme como voluntario en Hontanar, allá por 1997.Acepté la invitación y estuve unos años como voluntario en los que sobre todo pasaba las noches en el piso: cenaba, dormía, desayunaba y los acompañaba al programa. Como lo de charlar de lo divino y de lo humano siempre me ha gustado, pues encantado. A veces compartiendo diálogos sencillos, de cosas más superficiales, a veces compartiendo desde lo profundo de los corazones.
Porque, aunque yo no estaba en las sesiones de terapia, y casi nunca en las reuniones en el piso, mi sensación era la de tener el privilegio de compartir una etapa muy importante con las personas que residían en el piso. Cuando yo estuve, los residentes estaban en la etapa de acogida de Proyecto Hombre, en la cual venían literalmente de la calle, y de estar plenamente enganchados en la adicción, se puede decir que rozando o incluso plenamente sumergidos en la muerte, lejos de lo que es una vida humana.
Sin embargo, yo veía a los residentes hablar desde lo profundo de sus corazones, comenzar a rehacer sus vidas, dándose cuenta de la gran tarea que tenían por delante, pero poniendo las bases para avanzar en ella. Algunos quedaban en el camino, que era muy duro, pero mi mayor experiencia ha sido poder ver a algunos, varios, muchos (no es importante el número, sino cada uno), que han podido rehacer, recomenzar su vida. Era una grandísima alegría ver a cada uno que, tras hacerlas distintas etapas del programa, salía de nuevo a la calle, pero ya de una forma completamente distinta; algunos incluso se incorporaban al piso como voluntarios para poder ayudar a otros. Para mí eso era aún más alegría (de la profunda) porque, además de lo mucho que podía aprender de ellos, cada vez que les veía me suponían un verdadero sacramento, es decir un símbolo de la vida plena de Dios, encarnado en personas concretas. Y es que eran personas que estuvieron literalmente muertas en vida, y sin embargo volvían a una vida plena. En mis años de camino cristiano no sé si podré encontrar una imagen más clara y real de la Resurrección, la misma que Dios hizo en Jesús, y que he podido presenciaren estas personas concretas que han resucitado a una vida nueva.
“Eran personas que estuvieron literalmente muertas en vida, y sin embargo volvían a una vida plena. Es la imagen más clara y real de la Resurrección”
Probablemente esa experiencia de resurrección es una de las principales aportaciones que me he llevado de mi etapa en Hontanar. Pero me he llevado algunas cosas más, que creo que me han podido ayudar bastante en mi camino en la vida. Por ejemplo, la experiencia de compartir. A Hontanar no se va a dar simplemente, sino a poner delo mío, en lo que pueda ayudar a los otros, y a recibir de los demás. Los chavales lo hacían en su proceso, que era individual pero vivido en una comunidad que, aunque temporal, era una herramienta fundamental en su camino. Y los que los acompañábamos, siquiera a ratos, nos incorporábamos en esa dinámica. Dejando a un lado diferencias, prejuicios y barreras sociales, podíamos compartir en los ratos de diálogo, cada uno desdelo suyo. Yo podía contar mi tarea como científico o como amante de la naturaleza, ellos contaban cada uno desde sus experiencias, tan diversas que a veces hasta podía asustar (impresiona todavía contar que he estado compartiendo casa con personas que han estado en las más duras celdas de aislamiento, no precisamente por ser modelos de pacifismo),pero siempre de persona a persona, de corazón a corazón, que es como nos podemos entender mejor.
También aprendí mucho a resolver conflictos en la vida diaria, dentro de cada uno y entre personas que conviven. Quizá en el piso en la etapa de acogida estábamos un poco forzados a tener que resolver cada pequeña diferencia que surgía, pero ciertamente fue un muy buen aprendizaje para la vida personal, laboral y social. Me ha ayudado mucho a ver los problemas concretos con algo más de perspectiva, tratando no sólo de ver cómo veo yo una cara del problema, sino también cómo la puede estar viendo la persona que tengo al lado.
Ahora estoy más dedicado a otras tareas. Además de mi trabajo, y el tiempo de compartir en la familia, sobre todo con Silvia y nuestros niños(Inés y Diego), en la acción social me he implicado en una tarea menos directa en cuanto al contacto con las personas, pero que creo que también es necesaria. Desde hace unos años participo en una asociación en Madrid impulsando varios proyectos de finanzas éticas, aprendiendo a prestar dinero con beneficio social y no por interés personal, y ahora estamos empeñados, junto con mucha más gente en toda España, en montar una banca ética y ciudadana. La llamamos Fiare, y os invito, como asociación y como personas, a participar en ella, como socios y quizá como usuarios/clientes. Creo que es una herramienta útil para poner nuestro dinero al servicio de las personas, y en concreto a proyectos y tareas que se empeñan cada día en construir una sociedad distinta, más humana y fraterna. Es lo que hacéis/hacemos en Hontanar, pero también en muchas otras entidades de acción social, cooperación para el desarrollo, economía solidaria, comercio justo, etc. Creando las herramientas financieras, podremos tener una pata más que fortalezca a algunas de estas entidades, poniendo nuestro ahorro a su servicio. Pero claro que no olvido que lo que hace falta también es que seamos muchas personas las que estemos día a día participando en estas iniciativas de transformación social. Supongo que cuando la banca ética ya esté funcionando plenamente, yo podré dedicarme de nuevo a estar en contacto con personas que vienen de la calle. O quizá me incorpore en alguna otra historia que surja. O quizá no pueda por otros motivos, pero espero que nunca me olvide de que, entre todos, compartiendo desde lo profundo que tiene cada persona, y ayudando a fortalecer la vida frente a la muerte, construimos un mundo más humano, que es también más divino, más de Dios.